CONSUMIDORES ECOLÓGICOS
Hace dos años me convertí en miembro de una asociación
de consumidores ecológicos. Como estas asociaciones aún son poco
conocidas en nuestra región, algunos me preguntan los motivos de lo que
les parece un comportamiento “curioso”.
Las razones que explicaban mi decisión eran bastante sencillas: quería
comprar verduras sin productos químicos añadidos. Pensaba en mi
salud y también en la posibilidad de comer alimentos con su auténtico
sabor natural. Para mi consternación, el sabor y el olor de las hortalizas
y frutas de mi infancia había desaparecido por completo de las estanterías
de los bien abastecidos supermercados. Igual que pasa en otros aspectos de la
vida actual, los tomates (o los melocotones de los expositores) se limitaban
a ser pura fachada y, detrás de formas exteriores perfectas y del reclamo
de brillos y colores llamativos, en el mejor de los casos no había absolutamente
nada y, en muchas ocasiones, sabores extraños que recordaban vagamente
el de desagradables medicinas.
La producción ecológica, que recobra el esmero en las técnicas
y el respeto por la tierra, me parecía la única alternativa para
librarme de añadidos no deseados y asegurar la calidad de los alimentos.
Reencontrar sabores casi olvidados y calidades perdidas era mi motivación
principal. Sin embargo, al poco de empezar a comprar allí, me di cuenta
de que participar en la asociación suponía algo más importante.
Me permitía manifestar, como ya lo hacían otros, un cambio de
actitud, un giro completo respecto a las modalidades de consumo actuales, que
implica pequeños actos con grandes consecuencias. Como comprobé
al observar el comportamiento de otras personas que frecuentan la tienda, la
compra cotidiana se convierte en un acto meditado, consciente: ¿por qué
si no venir con una minuciosa lista elaborada en casa, y adquirir los artículos
por unidades, sólo los necesarios? No se fomenta el consumo, por eso,
sin escaparate luminoso, ni grandes letreros, ni estudiada alineación
de los artículos, el aspecto de la tienda recuerda bastante la de los
ultramarinos de otras épocas. Las bolsas no hacen publicidad, son recicladas
o las lleva cada comprador de su casa. No hay envases preparados que adornen
la presentación y generen más residuos inútiles. Los proveedores
son preferentemente locales o de lugares cercanos a fin de ahorrar costos de
transporte. Sólo se ofrecen verduras y frutas de temporada porque la
producción ecológica adopta el ritmo, razonable, de la naturaleza,
y no la fuerza, ni la manipula… Es cierto que la agricultura ecológica
produce alimentos más caros pero a la hora de la compra sólo lo
he advertido en algunos casos particulares y, en muchas ocasiones, en parte
se compensa con el ahorro en consumo innecesario y en gastos de intermediarios.
A grandes males, grandes remedios, dice el refrán popular. Muchos compartimos
las mismas ideas pero, más allá de la teoría, todavía
pocos las ponen en práctica, agazapados en la justificación de
que las acciones que las expresen, para ser efectivas, deben ser grandiosas
o espectaculares. Por eso me parece que iniciativas como esta, sencillas, pero
que manifiestan la suma de actitudes particulares y profundas convicciones,
son las únicas que pueden contribuir a cambiar el mundo.
Carmen García
Profesora de la UCLM