EL ALIENTO DE OMAR
Omar Faruk Tekbilek es un músico nacido en 1951 en Adana, Turquía. Desde muy
pequeño mostró ya un dominio asombroso de instrumentos como el kaval, una
pequeña flauta diatónica. Se fue a vivir a Estados Unidos a mediados de los
setenta donde, alternándola con todo tipo de trabajos, desarrolló velozmente
una carrera musical ya comenzada años atrás en su país. Con el tiempo ha
llegado a ser un verdadero virtuoso de otros instrumentos tradicionales turcos
como el ney (flauta de bambú), la zurna (especie de oboe) o el baglama (un laúd
de mastil largo). Además, y paralelamente al aprendizaje musical, se ha
interesado siempre por el sufismo, religión que practica intensamente desde muy
niño.
Hace algunos años –ya no recuerdo cuántos- tuve la inmensa fortuna de asistir como espectador a un concierto que dio en Granada. Yo no había escuchado nunca su música; fui únicamente por recomendación de unos amigos. El patio de butacas estaba lleno y entre los asistentes abundaban los musulmanes, evidenciados por su atuendo. En principio, el escenario me pareció excesivamente desnudo para lo que yo estaba acostumbrado: apenas unos pocos instrumentos en el suelo y unas sillas. Tampoco la salida de Omar fue espectacular; de hecho yo no supe quién era hasta un rato después, cuando alguien me lo señaló. Una vez fijada la atención en su rostro y en sus gestos, pude apreciar una expresión y unas actitudes extrañas para un músico habituado a desplegar su trabajo delante de tanta gente. Observé una leve y permanente sonrisa, los ojos entornados y unos movimientos suaves, escasos, acompasados. Cambiaba de instrumento una y otra vez (percusión, cuerda, viento); el ritmo variaba a veces de forma extrema y sus músicos, dejándose llevar por el entusiasmo del público, realizaban gestos cómplices con algunos espectadores. Algunas mujeres musulmanas, puestas en pie, coreaban sus melodías con un sonido gutural característico. Pero él, imperturbable, impasible, tan solo giraba levemente la cabeza a un lado y a otro. Parecía no estar allí, pero, por otro lado, resultaba tan cercano…
En algún momento de la actuación, entre una canción y otra, comentó algo que
entonces yo no entendí muy bien –entre otras cosas porque lo dijo en inglés-
pero que con el paso de los años y con la escucha atenta de algunos de sus
discos, ha terminado por convertirse, al menos para mí, en la nota más
característica de su arte. Dijo, más o menos, que para él la música era como un
rezo. En algunas entrevistas posteriores que ha concedido a medios de
comunicación españoles he podido leer otras afirmaciones en ese mismo sentido:
“Que mi música apele a lo espiritual me ayuda a derribar las fronteras
nacionales entre los seres humanos”
“Considero que la música es la forma más elevada y sencilla de meditación”
“Somos respiración, nada más. Nuestra fuente de vida es la respiración. Y lo
que nos da la fuerza es comprender que la respiración es la verdad, el
conocimiento de uno mismo. Ese es el auténtico poder.”
No me considero un experto en la música sufí, ni tampoco en la de Omar Faruk,
pero cuando escucho alguno de sus discos o recuerdo aquel concierto de Granada,
una y otra vez, siento que el aire se templa con las notas afables del ney, con
los ritmos delicados del baglamá, con ese desgarro y esa hondura que
continuamente emplea para llamar al Alif de sus cantos.
No sé si estas breves indicaciones habrán servido para animar al que las lea a
conocer la música de Omar. Sólo pretendo compartir una experiencia y agradecer
en voz alta sus frutos a un artista que continúa, con sus palabras y sus obras,
intentando mostrarnos que la forma más bella y elevada de acción, cualquiera
que sea su naturaleza, es aquella que rinde tributo, constante e
incansablemente, a lo que en realidad somos.
Espero que, si algún día decidís escucharlo, os ocurra como a ese gran sabio
sufí del siglo XIII llamado Rumi, que, arrebatado sin duda por el poder de la
música, escribió las siguientes palabras: “Bienvenida seas, melodía. Tú eres
esa melodía que ha traído una señal del mundo espiritual. Atraviesa el oído y
golpéanos el alma, pues tú eres la vida de este mundo muerto” (citadas en la
presentación del CD Alif)
De entre sus muchos discos me gustan especialmente dos que considero muy buenos
para iniciarse en la escucha de este maravilloso músico:
OMAR FARUK
TEKBILEK.- Dance into Eternity. Selected pieces 1987-1998. Celestial harmonies,
2000.
OMAR FARUK TEKBILEK, con STEVE SHENAN.- Alif. Resistencia, 2001.
Javier Gómez Torres
Profesor de Enseñanza Secundaria