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El Despertar

 

Hace un tiempo, mi nieto mayor, Aitor, a sus diez añitos, me sorprendió con una pregunta ingenua y profunda a la vez: "Abuela, ¿por qué tu única hermana está separada de su marido, tus dos hijas también lo están y, en cambio, el abuelo y tú lleváis juntos tantísimos años?" Y con sus grandes y preciosos ojos esperó expectante desvelar el misterio de tan difícil pregunta: "Pues muy sencillo. Porque el abuelo y yo hemos aguantado" le dije. Y aún le expliqué qué es lo que quería decir.
Nuestro matrimonio es como un árbol bien enraizado que al sembrarse era pequeño y débil, pero que al irlo regando con amor, al echarle el abono de la convivencia diaria, tan difícil a veces, al recibir el sol y el calor de la comunicación y de la compenetración y el oxígeno de la fe, ha ido creciendo y robusteciéndose más y más. Y eso que ha tenido que solventar el paso de las estaciones: perdiendo sus hojas en otoño, soportando el frío y las nevadas del duro invierno, renaciendo en primavera, pleno de hermosas y delicadas florecillas, que sois vosotros, nuestros queridos y adorados nietos, que luego en el caluroso verano os convertís en maravillosos frutos.
Pero no pienses, Aitor, que todo ha sido feliz en nuestro matrimonio. Nuestro árbol ha resistido tempestades familiares, lluvias torrenciales y vendavales de disgustos que al pasar lo han hecho más duro y fuerte. ¿Lo entiendes cariño?
Y mi nieto quedó tranquilo y sereno. Pero yo permanecía preocupada e inquieta por tanto árbol que se derrumba ante las tormentas de la vida y tantas florecillas que quedan indefensas y desprotegidas al desprenderse de su árbol.
El 8 de marzo, día de San Juan de Dios, al ver a mi marido gravemente enfermo, se me encogió el corazón y llena de un sentimiento íntimo y hermoso hacia él, la inspiración me llevó a




El despertar 
(dedicado a mi marido)



De San Juan de Dios era el día,
nunca lo podré olvidar,
tenías los ojos cerrados,
no querías despertar…

Yo te llamaba muy fuerte:
-¡despierta ya, por favor!-
pero inconscientemente sonreías
con serenidad y temor.

Susurraste en un soplo:
- Uge, ¡te quiero!-
y mi corazón latió,
y nos unió algo muy grande,
Grande, Inmenso, como Dios.

Casi medio siglo juntos,
con alegrías y penas,
con nuestras hijas y nietos,
disfrutando tantos viajes…
¡siempre la maleta llena!

De San Juan de Dios era el día,
en que despertaste al fin,
peregrinos del camino,
 	¡juntos vamos a vivir!  

	
Eugenia Pérez Martínez
Maestra jubilada