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Anoche bailé con un Ángel

 

Hoy, domingo, 26 de agosto de 2007

Jugando con los Ángeles

Desde pequeña, sentí siempre un gran respeto por los ángeles. Mi madre me enseñó a rezar al ángel de la guarda y para mí en muchos momentos fue una presencia real que me protegía.
Hace un tiempo, por mi cumpleaños, una amiga me hizo un regalo que consistía en un juego de cartas de ángeles.
En cada una de las cincuenta y dos cartas que componen el juego, aparece dibujada la figura de un ángel, que porta un mensaje.
Las cartas en colores suaves, representan a su vez, los cuatro elementos de la naturaleza: Aire, en color amarillo, representa los niveles mentales y de inspiración. Fuego, en color rojo, relacionado con la energía y la fuerza. Tierra en color verde nos relaciona con los aspectos materiales y Agua, en color azul, corresponde a los aspectos emocionales y sentimentales.
El juego consiste en hacer una pregunta sobre aquel asunto de nuestra vida, que en un momento concreto nos preocupa, y, después de barajar, elegir una carta. Siempre hay una respuesta y siempre es adecuada.
Es un juego y si queremos jugar, tenemos que seguir sus reglas: actuar con la inocencia de un niño.


Un par de años después, cayó en mis manos un oráculo de ángeles, de nuevo un regalo. En estas cartas, las figuras de los ángeles aparecen más sobrias. Predominan los tonos dorados y los colores, envejecidos, recuerdan pinturas renacentistas italianas.
Durante algún tiempo medité con ellas, las contemplaba unos minutos y a continuación, las visualizaba en mi mente, recreando lo más exactamente posible, la figura del ángel elegido.
Siempre que he hecho este trabajo he sentido que mi vida despegaba del suelo. Los sucesos, incluso las cosas más cotidianas, empiezan a tener un aspecto diferente. Todo es más fácil, hay más brillo, parece que alguien te allana el camino y te facilita las tareas.
Por alguna razón, últimamente, me había olvidado de las cartas. Pero hace pocos días, arreglando un cajón en mi cómoda, salieron a mi encuentro y volví a jugar con ellas. Como en otras ocasiones, la vida se llenó de brillo y recibí el regalo de un bonito sueño que paso a relatar.

Sueño: Anoche bailé con un Ángel

Un joven apuesto, guapo, elegante, con un niño en los brazos, desnudo, estaba en la puerta de mi casa. Cuando abrí la puerta, entró en el portal delante de mí y desapareció velozmente por las escaleras. Al llegar al piso, lo encontré saliendo de mi vivienda. Se iba. Me dijo que había entrado para dar agua al niño, porque tenía mucha sed.
A pesar de su aspecto distinguido, mostraba rasgos de pobreza. Le ofrecí algo de comida y la rechazó. No tenían necesidad de otra cosa, me aclaró con mucha exquisitez. En un instante volvió a desaparecer de mi vista. No se diluyó, ni ocurrió nada llamativo, sólo dejé de verlos, a él y al niño.
El niño tenía una cara serena, unos grandes ojos negros, el pelo era más bien oscuro y estaba robusto, se notaba bien alimentado y cuidado.
El joven era alto, esbelto, con un cuerpo bello, de constitución firme, recordaba a un modelo griego. Sus cabellos eran cortos de color castaño, en forma de melena. Sus facciones armónicas emanaban serenidad y dulzura.
Vestía ropas que le daban aspecto de pobreza por su excesiva sencillez. No obstante, eran ropas limpias que denotaban pulcritud. Una camisa blanca con finas rayas grises. Un pantalón de tejido tipo gabardina, color gris claro y unas sandalias grises o tal vez marrones.
Más tarde, en la calle, al principio de la Calle Ancha, frente al parque, volví a verlo. Se notaba mucho alboroto de gente que celebraba una fiesta. Sonaba música y había baile. Él estaba ahí, era el protagonista de aquello, era quien dirigía la celebración.
Al encontrarnos de nuevo, me cogió en sus brazos para bailar. Me elevó y yo me sentí junto a él, cogida por las muñecas, girando, girando a una velocidad rápida y armoniosa. Oía la música y tenía la sensación de estar muy arriba, muy por encima de los tejados. Giraba y giraba. La sensación era muy placentera, de expansión. Salía calor de mi vientre. La energía se expandía y me hacía sentirme unida al universo. Rebosaba paz y felicidad.
Mientras seguía girando, era como si la figura de aquel joven se hubiera alargado hasta el infinito. Seguía cogida a él y veía desde arriba las copas de los árboles del parque, la plaza, la farola, todo el panorama a vista de pájaro. Oía sonar una canción, no recuerdo cuál, que yo acompañé cantándola en voz baja. Sentí un bienestar indescriptible.
Al acabar el baile, me vi nuevamente abajo. El joven me tenía cogida, con fuerza, de su mano. Era como si me quisiera proteger del tumulto de gente. Me acompañó a casa y hablamos.
Le dije, como si él no supiera nada, que vivía allí, donde nos habíamos encontrado esa mañana y que nunca había bailado de una forma tan maravillosa. Nunca había danzado así.



Me despedí de él. Tampoco esta vez sé cómo desapareció de mi vista. Lo que puedo asegurar es que la unión que sentí era absolutamente espiritual. Por eso me pregunto si habré tenido la gran suerte de contactar con un ÁNGEL.


Angelines Alameda
Profesora de Enseñanza Secundaria